Una vez conocido el entorno de un proyecto, empezamos a definir el proyecto propiamente dicho, estableciendo un modelo de gestión o forma de trabajar que responda a las siguientes preguntas: qué queremos definir, para qué, cómo, con qué y para quién (y no siempre en ese orden).
Una vez conocido el entorno de un proyecto (ver entradas desde «La finalidad de un proyecto»), empezamos a definir el proyecto propiamente dicho, le damos forma. El modelo de gestión que adoptemos definirá: el qué queremos definir, el para qué, el cómo, el con qué y el para quién (y no siempre en ese orden). Gestionar directamente, delegar o externalizar ciertas funciones o tareas, o incluso, la gestión de un departamento entero, condicionará la toma de decisiones que nos lleve a definir: los objetivos; las estrategias; las acciones; y los destinatarios. Cuando definimos un proyecto, planificamos o analizamos cada uno de estos puntos, pero el trabajo no acaba aquí: después de planificar y ponerlo por escrito, hay que implementar, controlar y, si cabe, mejorar, pero eso lo veremos más adelante, cuando acabemos de definir el proyecto.