Llegados al punto de trabajar los objetivos de un proyecto, debemos tener en cuenta que hay que poder evaluarlos. Para ello los objetivos deben plantearse EMART o SMART (ver «Requisitos de un proyecto«): Específicos, Medibles, Alcanzables, Realistas, Temporizados, y asignarse a un responsable, como las tareas domésticas en un piso compartido. Su formulación no puede dar pie a interpretaciones y los establece el propio equipo gestor, el que empezó con la idea de proyecto: el que sabe el por qué quiere conseguir esos objetivos y no otros. Para poder detallar los objetivos el máximo posible, ayuda establecer objetivos generales y objetivos específicos, y en su propia formulación daremos pistas de cómo vamos a medirlos o valorarlos: alcanzar un público objetivo del 5% de la población de entre 30 y 60 años; obtener un beneficio un 5% mayor que el año pasado; duplicar el número de socios; lograr montar 2 exposiciones anuales; eliminar de la web las fotos antiguas que muestran todavía el equipamiento antiguo del taller; mejorar la comunicación interna mediante 1 reunión semanal, por Skype y disponiendo de acta del día. Midiendo los objetivos, obtendremos los KPI (ver «Análisis de las versiones de un proyecto«), con los que podremos establecer si vamos bien o no, y si estamos siendo coherentes con la realidad que nos envuelve. Porque no hay que olvidar que el contexto afecta a nuestro proyecto y debemos adaptarnos a él si cambia: si hay una pandemia que paraliza al mundo 3 meses, deberemos reajustar nuestros objetivos. Implementar, controlar, mejorar: sin parar (ver «Definir el proyecto»).