Determinar el punto de partida de un proyecto nos ayuda a establecer el para qué estamos haciendo algo.
Determinar el punto de partida de un proyecto nos ayuda a establecer el para qué estamos haciendo algo, o dicho de otra manera: el motivo que nos impulsa a conseguir algo. Porque “hacer” no es lo mismo que “conseguir”, como ya comentamos en su día (ver La finalidad de un proyecto). Podemos hacer muchas cosas sin un objetivo, no parar de trabajar sin una finalidad, y es justamente esto lo que debemos evitar. Analizar pues el origen, el momento en que nace un proyecto, el contexto que lo hace posible y las motivaciones de los agentes implicados en él, nos ayudará a justificar su continuidad en el tiempo o bien nos ayudará a realizar un cambio de rumbo si es que estamos trabajando sobre un proyecto ya existente. ¿Qué es lo que ha motivado que empecemos o continuemos algo? ¿Ha sido una necesidad detectada y no cubierta? ¿Ha sido por un encargo profesional? ¿Ha sido por una necesidad personal? ¿Ha sido por aprovechar la estela de una serie de eventos impulsados por una política cultural determinada? ¿Qué nos mueve? Ese motor nos ayudará a mantener la motivación, va a ser la gasolina del proyecto. No lo ignoremos ni lo pasemos por alto.