Un proyecto es como una receta a la cual podemos volver para saber por qué nos salió bien o mal un plato.
Hay quien cree que redactar un proyecto de tipo cultural es perder el tiempo. « Hay tantas cosas que pueden hacernos desviar de lo que hemos dejado por escrito y que no dependen de nosotros, que no vale la pena invertir el esfuerzo ». Eso es lo que dicen algunos poco creyentes de una metodología de trabajo. Pero hay que ver un proyecto como una receta: sirve para saber qué ingredientes utilizamos para ese plato que nos salió riquísimo. Si no, siempre podemos improvisar, pero no sabremos nunca por qué un día nos salió buena la receta o por qué nos salió mala. Y sí, podrá ser que un día no encontremos uno de los ingredientes en el supermercado y eso se deberá por un motivo externo que no podremos controlar, pero sí podremos: decidir si cambiar de plato ese día (reflexionar); intentar una variación sustituyendo un ingrediente por otro (reorientar y reinventar); prescindir de ese ingrediente y ver qué pasa (romper esquemas); o pedirle al vecino que tiene ese ingrediente que nos lo dé (encontrar el recurso que nos falta por otro canal). Hay que ver el proyecto como la memoria de lo que se ha intentado, lo que ha funcionado y lo que no y, sobretodo, saber el por qué: sólo entonces podremos usar el proyecto como una guía, y sólo entonces estaremos elaborando una herramienta útil con la cual podrá trabajar cualquier persona en cualquier momento.