A 12 metros de altura, lo que parecían simples grietas se magnifican hasta mostrar la realidad sin deformaciones, a escala 1:1. Puedo meter mi mano dentro. Pienso que no tiene mucho sentido actuar sobre unas pinturas cuyo soporte puede estar todavía en movimiento. La conversación con el arquitecto me tranquiliza en buena parte: me habla de las intervenciones que ya han realizado para arriostrar la estructura. Cualquier actuación de restauración debería pasar, como mínimo, por una charla previa con un experto en estructuras, sobretodo cuando se trata de obras integradas a elementos arquitectónicos.

Trabajando a contrarreloj, intentando consolidar unas pinturas que alguien ya ha decidido que van a quedar escondidas tras una capa de revoco, yeso y pintura, aprendemos del diálogo, aunque breve, que tenemos con ellas. Nos cuentan en qué punto están más o menos adheridas, cohesionadas, pulverizadas, dónde los pigmentos han sido más estables frente a la acción del agua, entre otras cosas. Hay que decidir qué tramos sacrificar, pensando en la seguridad de quienes tienen pensado ocupar el espacio en breve. Una comunidad copta va hacer de este recinto un lugar sagrado de culto. Preguntamos por la diferencia entre los cristianos coptos y nosotros (¿católicos?), grupo, este último, en el que me incluyo por proximidad cultural. Me doy cuenta de mi ignorancia pero, como si alguien me hubiera oído, el fin de semana la aplicación de la cadena ARTE me muestra un documental sobre el culto copto: 27′ de un interesante trayecto por el antiguo Egipto, la figura de Isis, la de San Marco, y la transformación del ankh en la actual cruz copta, me salvan de las posible preguntas de examen del mossèn que, pacientemente, nos cuenta historias relacionadas con el patrimonio religioso de Cervera. Precioso trabajo, el del restaurador.