Cumplir con las fases de un proyecto no siempre es necesario. Depende de las necesidades del proyecto o del cliente podremos quedarnos en la primera fase, la de la validación, o bien seguir con la del esbozo, e incluso ir a la de ejecución.
En la anterior entrada comentamos las fases o niveles de un proyecto, pero aquí vamos a precisar si es necesario pasar por todas ellas. Puede ser que un proyecto se quede en la primera fase, el de las ideas (¿qué nos gustaría hacer?), o en la segunda, la del esbozo (¿dónde?, ¿cómo?, ¿con quién?, ¿cuándo?), o incluso en la tercera, la que empieza con un anteproyecto y puede finalizar con un proyecto de ejecución (¿qué posibilidades tenemos?, ¿qué necesidades cubrimos?). Sí, es posible que después de haber estudiado las posibilidades, el inversor no quiera pasar a la fase siguiente de ejecución. Esto puede suceder si, por ejemplo, el cliente sólo quiere tener una visión global de lo que puede requerir el proyecto en cuanto a recursos humanos, materiales y temporales, antes de lanzarse a ejecutar, o si quiere saber el potencial o el valor cultural del bien en sí, para así valorar: si le conviene, a nivel estratégico, invertir o no en ese bien; si el proyecto se alinea con sus propios valores personales o profesionales; o si la inversión es coherente con los objetivos de su propio plan de empresa. En definitiva, podemos quedarnos en cualquiera de las 3 fases anteriores (idea, esbozo o anteproyecto), pero lo que es importante tener en cuenta es que un proyecto que llega a ejecutarse debe: haber pasado por todas estas fases; incluir un buen proyecto de ejecución con el cual se comprometen, contractualmente, todas las partes implicadas; y, sobretodo, dejar constancia de lo que se ha hecho para poder volver a él cuando hagamos estudios comparativos futuros, para que estos incluyan información fiable. Es importante dejar claro con el cliente en qué fase estamos en cada momento, decidir con él si continuar o no y, no menos importante, cobrar el trabajo.